Esas fueron las primeras recomendaciones del oncólogo sobre su alimentación. ¡Menuda dieta!, nos dijimos sonriendo, intentando dar el toque cómico -si es que eso es posible- a esta situación.
Y es que, con motivo de la gran anemia que padecía mi padre en el momento de su diagnóstico, había adelgazado mucho y supongo que estos alimentos, muy nutritivos y contundentes, era lo más recomendable.
Desde luego a él, le pareció una indicación de lo más apetecible ;-)Bocata del Pans y de beber Quimio, por favor
Nada mejor para amenizar las interminables sesiones de quimio que contar con extraordinarias enfermeras sonriendo, bromeando, atendiendo y como no, ofreciendo un menú propio del hospital que, aunque con sus limitaciones, era variado y apetecible.
Pero mi padre siempre fue un gourmet, un auténtico gourmet. Ya sea en casa, en restaurantes, de barbacoa o incluso en el hospital. Si había que tomar bocatas, que fuera de los buenos y a la carta.
Dicho y hecho. El bocata del Pans con atún, aceitunas, anchoas, pimientitos...y pan de olivas parecía agradarle bastante. Recuerdo estos almuerzos como un momento mágico. Espero que las enfermeras no se lo tomasen a mal...
Eso sí, de beber no quedaba otra: un buen cóctel de quimio, el mejor acompañamiento (por la cuenta que nos traía, claro). Y ya, listo para una buena siesta.
Eso sí, de beber no quedaba otra: un buen cóctel de quimio, el mejor acompañamiento (por la cuenta que nos traía, claro). Y ya, listo para una buena siesta.
Las Gogi: el gran Pionero
Era la primavera del año 2009. A pesar de andar inmersos en sesiones de quimio, consultas y pastillas, lo cierto es que mi padre mejoró mucho y se encontraba bastante bien, sin quitar el enorme cansancio que le acompañó durante toda la enfermedad. Aprovechábamos para dar preciosos paseos, disfrutando de nuestra compañía, compartiendo impresiones, filosofeando...
Era la primavera del año 2009. A pesar de andar inmersos en sesiones de quimio, consultas y pastillas, lo cierto es que mi padre mejoró mucho y se encontraba bastante bien, sin quitar el enorme cansancio que le acompañó durante toda la enfermedad. Aprovechábamos para dar preciosos paseos, disfrutando de nuestra compañía, compartiendo impresiones, filosofeando...
Entre tanta palabrería, mi padre me habló de una baya que recomendaba un médico en su blog ( él era un fan de los bloggs en Internet) con propiedades antioxidantes y vitalizantes. Se trataba de la hoy ya famosa baya de Gogi, claro que a mí, en su momento me sonó a chino -bueno, iba por buen camino-.
Tan intrigados que estábamos fuimos a un conocido herbolario de la ciudad a pedirlas y para nuestra sorpresa, para la dependienta era como si le estuviésemos pidiendo sal (bueno, es que en este tipo de tiendas yo creo que no hay nada normal, es como un mundo a parte).
Y así nos fuimos contentísimos con las Gogi. Sin saberlo, mi padre fue, el pionero de las Gogi del Himalaya.Todas las Aguas del Mundo
Si todavía hay gente que cree que las aguas minerales son parecidas e insípidas, es porque no conocía a mi padre. Cuando te sometes a un tratamiento de quimioterapia o tienes cerca a alguien que lo hace, no haces más que descubrir las mil y una cosas extrañas que nunca imaginaste que sentirías. Toda una aventura si queremos verlo desde una perspectiva algo positiva.
Entre ellas está, los cambios de sabores. Lo que antes te sabía bien, de pronto te sentaba como un rayo o bien, te dan como "antojos" con determinados alimentos.
Mi padre tenía fijación con las aguas minerales. En pocos meses se había recorrido media ciudad en busca de marcas diferentes con la intención de encontrar una que le sentase más o menos bien. ¡Qué tarea difícil!
Creo que las Multitiendas aún deben preguntarse dónde nos hemos metido. Porque lo nuestro fue un verdadero saqueo de aguas. Y lo peor es que creo, que no dimos con alguna que le convenciese del todo.
Mi padre se convirtió en el catador oficial de aguas minerales de la ciudad. ¡Qué exótico, no?
También apreciaba lo mucho que le refrescaba: dos días antes de morir me dijo: "Cuando salga de aquí, voy a ir a Carrefour a probar todas las aguas del mundo". A lo que yo respondí: "No lo dudes papá, así haremos".
Cada vez que paso por la sección de bebidas, no puedo evitar entremecerme.Tocadiscos Crosley
Amar la música es algo con lo que se nace. Nada puede hacernos sentir tantas cosas a la vez. Si amas la música, comprendes que no puede faltar en tu vida. Es una necesidad más, de escape, de sueño, de paz...
Esto lo supimos mi padre y yo siempre. Sin duda, era algo que compartíamos con mucha fuerza. Entendíamos lo que significaba la música en nuestras vidas.
Con la enfermedad ya presente y un cansancio cada vez más acusado, mi padre tenía dificultades para subir a su estudio y escuchar música. Así que, la solución pasaba por trasladar la música al salón, donde él pasaba la mayoría de su tiempo.
Entonces surgió la duda de qué equipo de música comprar. Algo que Internet y el tiempo libre solucionó en seguida.
Los tocadiscos Crosley, amor a primera vista. Un diseño retro -ese tipo de cosas nos encantan!- con la última tecnología incorporada. Ya pensábamos en dónde colocarlo...cuando, después de unas cuantas gestiones, llamadas e a-mails, nos confirmaron que no se comercializaban en España. "Supongo que aún, no somos un país lo suficientemente glamuroso, papá" y esto nos dió para una larga reflexión en nuestros paseos.
Tranquilos, que la música llegó, de la mano de Sony (como no), pero al fin y al cabo con un mismo final: música sin límites y con sofá incluido. ¿Se puede pedir más?
La vuelta del "Jeans Fever"
¿Por qué ya no usas pantalones vaqueros?
Esta fue la pregunta que le hice a mi padre, harta de verle siempre con los pantalones color ocre al que nos tenía acostumbrados.
- No sé, hace mucho tiempo que no utilizo- contestó.
- Pues, la verdad, es una pena porque son bastante favorecedores para el día a día y combinan muy bien con los polos que sueles llevar. No te hablo de los que venden rasgados y decolorados, claro está, pero sí de los tradicionales, en algún color oscuro- apunté.
Lo que fue sólo un comentario, pronto se convirtió en día de shopping.
Cuando quise darme cuenta, estábamos eligiendo talla.
Esto, que no deja de ser una chorrada, hizo que por momentos, mi padre se sintiera rejuvenecido, guapo y también más relajado, ya que no tenía que pensar en combinar colores cada mañana -algo que siempre se le dió muy bien, por cierto- .
Siempre recordaré los vaqueros de color azul oscuro y negro que acompañaron a mi padre durante los últimos meses y hasta el último día.
Fue un intento de renovarse, evadirse de la realidad, construir un horizonte. Lástima que estos gestos no lograsen cambiar el rumbo del tedioso destino.
En busca del gorro perdido
Tener que someterse a un segundo tratamiento de quimio que hace que se te caiga el pelo tiene el engorro de tener que comprarte un gorro -anda, sin querer hice una rima- que en pleno mes de enero evite que se te congele la coronilla (y lo que no es coronilla) y te camufle un poco el aire a Gollum que se te queda, un tanto desfavorecedor.
Esta tarea, aparentemente sencilla, fue misión imposible durante bastante tiempo. Y es que las condiciones que debía reunir no eran del todo... fáciles.
Veamos algunas:
- Que no pique.
- Que no dé calor -teniendo en cuenta que son de punto, lana o polar-.
- Que no tenga una bola pompóm encima.
- Que el color sea discreto pero tenga un diseño "estiloso".
- Que no se mueva.
Y además... que se adapte como un guante a esa forma de cabeza un tanto extraña que tenía mi padre y que acabábamos de descubrir porque siempre tuvo esa mata de pelo indomable encima que la tapaba. Bueno, no es que fuese extraña, sino que no se adaptaba a los estándares y todos sabemos la frustación que eso provoca que nos lleva a pensar que somos algo deformes.
Creo que pocos pueden presumir de tener una colección tan amplia de gorros de tantos tejidos distintos, tamaños distintos, colores y diseños distintos y precios distintos.
Lo mejor de todo fue cuando descubrimos que el que mejor le quedaba era uno que había tejido la madre de Sebastián hace bastantes años.
Ya lo venía diciendo yo. Éste no se adaptaba a ningún canon. Era singular, único y tejido con mucho amor. Era por fin, el gorro perdido.
La Boina, aire de interesante
Pero el gorro del que veníamos hablando no dejaba de ser el típico gorro de nieve, algo infantil y no muy favorecedor.
Y esto último a mi padre no le acababa de convencer.
Siempre se ha dicho que el que nace coqueto, muere coqueto y esto es una característica que poseemos todos los Gutiérrez en común. Es como la siesta. Son cosas que se heredan y se convierten en auténticos estigmas de la familia. Y ojo!, yo muy orgullosa de ello.
La prueba de ello fue, en este caso, la Boina. La escribo en mayúscula porque con ella, mi padre encontró verdaderamente el accesorio que su estilo necesitaba.
Negra, con discretos cuadros azul turquesa. Ésa era la Boina.
¡Guapo, interesante, intelectual, sabio!
Al final, toda esta historia del gorro, gorra, boina o como queramos llamarlo se convirtió en algo divertido capaz de hacernos olvidar por instantes su verdadero motivo: el cáncer.
El nuevo sofá
A nadie le cabe duda de que el sofá es uno de los muebles más importantes de la casa. Para algunos incluso, la más importante.
Pero mi padre nunca había tenido tanta fijación por su sofá, bastante viejo y deteriorado, que le impedía disfrutar de su reposo como era debido. Claro que también, nunca había tenido que pasar tantas horas en él y por eso hasta ahora, no le preocupaba demasiado.
De pronto, su inofensivo y pobre sofá, pasó a ser feo, viejo, sucio...olvidando los maravillosos años que le había brindado.
De manera que no descansó hasta que compró uno nuevo. Una vez más, los requisitos a reunir no eran pocos, pero dió con uno que le agradaba.
Lástima que el día que tocó elegir la tapicería no estaba muy inspirado y resultó ser un sofá un poco estridente. Color rojo sangre, con motivos florales mostaza y base color chocolate.
Seguramente un fiel reflejo de su ánimo, de su pesar, de su furia contra la vida.
Sin duda, una reliquia que siempre recordará a mi padre y sus largas horas junto a él.
Original Ray-Ban
Siguiendo con el estilismo de mi padre, que a este paso creo que marcará tendencia, no podíamos olvidarnos de la gafa de sol.
La gafa de sol, para los que somos miopes y con ojos claros, son imprescindibles. Es, como el bolso. No puede faltar.
En nuestro afán de renovación, las gafas de sol debía de ser otra cosa a actualizar.
En esto, no hubo dilema. Mi padre me dijo:
- Quiero unas Ray-Ban originales de color negro.
Se estaba refiriendo, ni más ni menos, que a las famosas Ray-Ban Wayfarer que hicieron furor en los años 90 y que, han vuelto más fuerte que nunca en las fashion weeks para verano 2010. Sin tener ni idea de cómo, mi padre estaba a la última en moda. Y él, no quería ser menos.
De nuevo nos vemos los dos recorriendo ópticas y probando gafas.
Lo mejor: ver cómo mi padre se recrea en el espejo mirándose desde todos los ángulos posibles con la nueva gafa. Hasta que para y dice: -Están bien, no? ;-)
Pero por desgracia, la cuenta ascendía a 250 € :-O. Entonces nos miramos y dijimos, -Bueno, puede esperar no crees?- Era mayo y aún quedaba un poco para el verano.
Nadie lo sabía pero en realidad, no las habría disfrutado mucho tiempo.
Lo Refrescante
A muchos nos pasa que cuando empieza a hacer calor imaginamos un momento perfecto donde estemos relajados, cómodos, en buena compañía y... tomando algo que nos refresque. Ya sea una buena cerveza fría, un helado... algo que nos haga sentir bien y consiga aminorar el calor asfixiante del verano.
A mi padre una de las cosas que más apreciaba eran los granizados de limón caseros que tomaba siempre que iba a la playa. Para él, era la combinación ideal ineliduble del verano.
Con la quimioterapia y su efecto desecante de las mucosas, su cuerpo le demandaba, más que nunca, beber abundantemente y a ser posible, bebidas refrecantes.
En mayo de este año, ya comenzó a incorporar en el menú habitual enormes vasos de horchata con hielo, granizados -del Mercadona, pero peor es nada-, Coca Cola Sin Cafeína bien fría... Sentíamos que ya llegaba el verano y eso nos hacía sentir bien.
La imagen que expongo junto a este párrafo, con tres vasos de distintos granizados, está escaneada de la última edición de "El País Semanal" que mi padre tuvo entre sus manos.
Aquel domingo, me mostraba esa imagen diciéndome lo apetitosas que parecían y animándome a que buscásemos alguna marca de bebida que comercializase granizados así.
Alargamos nuestra conversación recordando la playa, los atardeceres, lo refrecante.
Esa misma tarde mi padre ingresó en el hospital y murió tres días más tarde.
Sin duda, una imagen para recordar.